Por eso luchaba tanto

Todo lo que es profundo ama la máscara.
Friedrich Nietzsche.
Toda identidad es una relación, un “yo” se define en todos los casos a partir de un “tú”, de tal manera que siempre somos “yotros”. Cuando le preguntamos a alguien más ¿cómo me veo?, rara vez advertimos que lo que estamos preguntando es: dime cómo me ves, para que me pueda ver a través de ti con tus mismos ojos. De esta manera el mundo es un mundo de las apariencias, de ficción, de ilusión, de fantasía, de verdades que devienen una y otra vez máscaras, es un juego de espejos.
Hemos insistido en la fantasía como fundamento de la realidad, y para que esta funcione, debe tomar distancia. El creador de fantasías sabe manejar perfectamente esta situación para hacernos ver lo que él desea que veamos. Por eso el mago pide a los espectadores que se sometan al límite de la raya dibujada en el suelo al grito de “atrás que estoy trabajando”, pues para todos sería decepcionante ver cómo la seducción que nos envuelve, cuando materializa objetos, no es más que el manejo apropiado de elementos que todo el tiempo han estado presentes frente a nosotros. Si examináramos las bolsas de las vestimentas del mago, notaríamos las cartas repetidas, los polvos químicos, etc., llegaríamos a los cimientos del teatro para encontrarnos con concreto y estrellarnos con él. Y aun sabiendo que todos los actos del mago son simples “trucos”, no dejamos de pensar en el ¿cómo le habrá hecho? De esta forma una fantasía, no se puede establecer sin la complicidad de los otros.
Alguien que supo manejar y establecer una complicidad para generar fantasías, fue el gran Enmascarado de Plata. Al enfrentar por igual a psicópatas, monstruos, momias, hechiceras, extraterrestres, mujeres-vampiro, científicos locos, etc., el Santo logro hacer cómplices a sus espectadores, logró darle vida propia al Santo, vida que trascendió a su creador Rodolfo Guzmán.
La creación del Santo como elemento fantástico, exige la complicidad de la que participa el mago. La máscara es esa barrera que no habrá de romperse, es la toma de distancia que se requiere para realizar los actos de magia. La máscara escenifica el teatro de la fantasía, es aterradora, es divertida, es alegre, pero también es amenazante y a algunos les podría parecer horrorosa. El espectador se imagina que bajo la máscara podría estar su vecino, su pariente o que podría ser él mismo si se lo propusiera. El Santo construye su identidad a partir de estas miradas lábiles que le arrojan los espectadores-espejos.
Cuando se asiste a la arena, cuando se ve una película del Santo, se suspende esa otra máscara de la ratio socrática, nos sometemos a la incredulidad, nos estremecemos y desinhibimos, nos transformamos en otro, entramos en otra fantasía, una distinta a la de la vida cotidiana. Cuando el espectáculo se acaba, regresamos a esa fantasía en donde somos estudiantes, hijos, esposos, ciudadanos, etc. Pero para que esto suceda debe haber una condición, el Santo, arriba y abajo del ring, debe seguir siendo el Santo. Si ese que admiramos tanto y del que quisiéramos saber más, nos concediera quitarse la máscara para para revelarnos “su secreto”, en ese preciso instante la fantasía se evaporaría y dejaría de interesarnos.
Por eso Rodolfo Guzmán sabe que detrás del Santo, está el Santo, no Rodolfo Guzmán, como se deja de manifiesto en esta película, donde al quitarse la máscara, lo que encontramos debajo de ella es otra máscara, pues el Santo es un gran mago, jamás revela sus secretos. Resulta curioso que pocos días después de que el enmascarado de plata, mostrara parcialmente su rostro en un programa en tv nacional, éste muriera. 
 
Yo prefiero junto a Botellita de Jerez creer que “era de nogal, era de nogal el santo, era un gran campeón, era un gran campeón, por eso luchaba tanto”.
  El santo