ESTANCIA DE CLAUSURA O LA ENSEÑANZA DE SATURNO.

En la vía Dolorosa del melancólico las alegorías son las estaciones.
 
Walter Benjamin

                                                                                                 Allí donde crece el peligro crece también la salvación.

Hölderlin

 
Detalle del grabado "Melancolía 1" de Durero

Detalle del grabado «Melancolía 1» de Durero

El astro más infausto es el que ilumina toda composición dureroniana: Saturno con su anillo reina en el horizonte, “el planeta más alejado de la vida cotidiana, en cuanto instigador de toda contemplación profunda”[1] se encuentra alineado sorprendentemente con la visión melancólica. De ahí que ambos, en su condición de extremistas, confieran el alma. Por un lado inercia e insensibilidad y por otro la fuerza de contemplación y la inteligencia; amenazando siempre a sus sometidos con los peligros de la aflicción o el éxtasis delirante.

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Ya el reloj de arena sobre la cabeza del ángel, remite a la dialéctica que encierra la figura mitológica de Cronos saturnino. Figura dualista en muchos de sus aspectos. Panofsky y Saxl dicen: “Cronos es señor de la edad de oro, pero también es el dios triste, destronado y ultrajado. Por un lado es el dios que engendra y luego devora incontables hijos, por otro condenado a una eterna esterilidad; por un lado es el tirano burlado por una burda astucia, y por el otro es el viejo dios sabio venerado como providente”.[2] Así en la figura del tiempo se deja ver por qué en la edad media los influjos de Saturno eran equiparados con los asedios de un demonio, ya que como el tiempo era un “rodar inexorable que llevaba a toda vida hacia la muerte”.[3]

Detalle del grabado "Melancolía 1" de Durero

Detalle del grabado «Melancolía 1» de Durero

¿Cómo escapar a esta parte oscura de Saturno, cómo tomar todas sus fuerzas fantasmales  sin caer en la demencia? ¿Cómo solarizar la melancolía? ¿Cómo ennoblecerla? La respuesta yace sobre la cabeza del ángel, en el cuadro mágico se encuentra grabado el símbolo planetario de Júpiter. Así a la manera de Bruno o de Ficino la balanza se inclina hacia un extremo, y los efectos de Júpiter contrarrestan los malestares de Saturno, los esconde. La razón pretende convertirse en la guía de las cavilaciones melancólicas y en la domadora de todos procesos imaginarios.

 Pero la melancolía Saturnina es como la piedra que aparece en el grabado, nada consigue ablandarla, ni siquiera Júpiter. Por lo que el reino frío y seco de la piedra vuelve a traer al juego a la acidia y con ella se abre la puerta a la última estancia. Esta vez bajo la figura de Eros, ese pequeño niño alado y regordete entregado a su hacer, que no es otro que mantener fijos en lo inaccesible el propio deseo y sus imágenes. Y es que él también es un eros melancólico, eros que se encuentra bajo la estancia de Saturno y por lo tanto se encuentra convertido en un ermitaño estético.

Detalle del grabado Melancolía 1 de Durero

Detalle del grabado Melancolía 1 de Durero

Se ha entregado desconsoladamente a un orden considerado como impenetrable, se ha dado a la tarea de dibujar la piedra, pero una piedra que está y no está en la imagen, piedra sobre la que yace sentado, pero que al mismo tiempo se encuentra  fugada,  se encuentra cubierta  por el mismo imaginario que él creó. 

 Y así, en su devoción contemplativa, traiciona al mundo y lo hace justamente para encontrar una fidelidad en los objetos, que aunque asumidos en la contemplación como cosas faltantes, se hacen presentes por medio de la negación y la carencia, se convierten en fantasmas. Fantasmas que han transformado lo completamente inasible, en un objeto que se desea abrazar, que se desea salvar en términos de Walter Benjamín.

 Por lo tanto el pequeño eros melancólico no está dibujando la piedra, está dibujando la propia “Melancolía 1” y nos muestra los fantasmas que ha traído en su ejercicio melancólico, ha trasgredido la simple intención contemplativa del dibujo en la “material concupiscencia del abrazo”. Por medio del trastorno fantasmal, ha sido dada la esperanza para el que ya no tenía esperanza.

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Siendo esta última la gran enseñanza de Saturno. En palabras de Agamben “Así de dialéctica es la naturaleza en su demonio meridiano. Como de la enfermedad mortal que contiene en sí misma la posibilidad de su propia curación, también de ella puede decirse que su mayor desgracia es no haberla tenido nunca”.[4]

  "Melancolia 1" de Alberto Durero ,Grabado 24 cm x 18.8cm de su serie "Estampas Maestras"

«Melancolia 1» de Alberto Durero ,Grabado 24 cm x 18.8cm de su serie «Estampas Maestras»

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  URIEL BAÑOS REYES  

 


[1] Giehlow citado por Benjamín en: Walter Benjamín, Obra completa .Libró I/Vol.1,Ed.Abada,Madrid,2007 p.364

[2] Panofsky y Saxl, “La melancolía 1” de Durero, Una historia de las fuentes y tipos, Berlín, p. 40

[3] Walter Benjamín, op.cit. p.365

[4] Agamben Giorgio, Estancias, Ed.Pre-textos,Valencia,2004.p.54